sábado, 9 de abril de 2011

Capitán de la vida

No es tímido ni introvertido. Simplemente le cuesta abrirse a las preguntas.
Contesta todo sin ambages, pero, no obstante, le tiene terror a quedar como un
personaje.
Por un lado, es el capitán de Peñarol. Por otro, aparece el hombre, el mismo que
el lunes cumple 35, sobre el que están escribiendo un libro y que demuestra en una
charla de dos horas con El Observador que es genuino, claro con sus respuestas.

No es amigo de las computadoras. “No tengo Facebook, ni Twitter, ni chateo.
¡Si recién me hice casilla de mail cuando volví a Peñarol, en 2007”, dispara
de entrada. Se siente en deuda con Cacho Caetano, quien a pedido de su
papá Julio –que este sábado realiza fletes– que paraba en su estación de
servicio, lo llevó a Peñarol. “Significó muchísimo para mí. Si no me hubiese
ido a buscar a casa, no estaría acá. Sentí muchísimo su partida”, explicó.

Ana, su madre, es uno de los tesoros que guarda para él y no es solo ama
de casa. Es asistente social y regentea una pequeña empresa. Cada vez que
termina un partido en el Centenario, va a verla a la casa, la misma en que
nació frente al Parque Batlle. “En mi vida, es todo”, dice Pacheco. Y
obviamente, el más preciado regalo de los últimos tiempos: el recién llegado
Benjamín, el hijo que tanto buscaron con Valentina, y que ya tiene 4 meses.

“Su llegada llevó un tiempo, pero nunca perdí la fe, aunque no soy católico.
Las cosas no son fáciles, hay que luchar”, dice, y se le ilumina la cara.

“¿Qué es lo que más disfruto de él? Todo. Despertarme con él a la mañana
es espectacular porque siempre tiene una sonrisa impresionante”. Y le gusta
hablar del tema: “La primera vez que lo tuve en brazos no puedo expresarlo
con palabras. Es muy difícil de explicar, una sensación única, no hay una
sensación igual”.

Como buen padre –aunque él quiere que Benjamín lo juzgue en el futuro–
se levanta de madrugada, cambia los pañales y también le da la mamadera.

¿Y de Valentina qué dice? “Es la mujer que me acompañó todo este tiempo
y me dio el orgullo más grande que puede tener un ser humano: un hijo”.

En casa, más de una vez le salvó las cosas a la patrona. Es que le gusta cocinar.
“Sí, me gusta mucho. No soy especialista, pero me entrevero en todo lo que
pueda hacer”. Una de las últimas veces que salió junto a su esposa fueron al
teatro a ver el stand up de Maximiliano De la Cruz. “El espectáculo es brillante.
Maxi es un crack”, explica. Los niños siempre fueron especiales para él.
“Es que un niño te mira con ingenuidad”. Quizá se ve reflejado.
“Le mirás la cara a un niño y es diferente, es distinto”.

Sentado al aire libre en Los Aromos, a Pacheco lo viene a saludar hasta el
perro. Caminó bastante para llegar hasta el capitán, pero ya está a sus pies.

Justamente, los perros son otra pasión en su vida. “Me gustan desde niño”,
sostiene. En su casa tiene cinco y alguno de ellos con sus historias.

Por ejemplo, Carlota y Renata viajaron exclusivamente desde Europa.
La primera fue un regalo del Cabeza Zalazar. La otra, la recogió en una
carretera de Albacete, cuando jugaba en España.

“Es que allí salen mucho a cazar con perros y cuando no sirven más, los
dejan tirados. Un día dije: ‘Yo me voy a llevar uno’. Y encontré a Renata”.

Ese día la encontró, pero años después, viviendo en Punta del Este, la perdió.
Fueron 10 días de caras largas, de corazones estrujados. Pegó carteles en varios
lados tratando de recuperarla, –sin decir que el dueño era él– y lo logró. Volvió
la alegría.

Con el tema de los perros, Pacheco es así. A veces lleva una bolsa de ración
en el auto y si ve uno tirado por la calle, se detiene para alimentarlo.

Su amor hacia ellos es tan grande que colabora con alguna veterinaria. Junta
bolsas enormes de arpillera con tapitas de plástico de bebidas que se cambian
para comprar ración. “Lo hago hace tiempo y lo sigo haciendo”, indica.

Su perfil bajo hace que no le guste hablar de la cantidad de veces que visita
pacientes en hospitales. Le llegan muchísimos pedidos y va. Pero “son cosas
que no se cuentan. No sé cómo te enteraste, pero lo tomo como una
confidencia entre ellos y yo”. No lo dice enojado; simplemente, no le gusta
alardear.

Pacheco no piensa en el día del retiro del fútbol. “Hasta ahora, no lo pensé.
Viví toda la vida de esto. Sí me genera incertidumbre, no miedo. Conozco
jugadores que se retiraron y están bien, y otros que no. La vida es difícil
siempre”.

Actualmente realiza el curso de director técnico. Está en segundo año
junto a Darío Rodríguez, Petete Correa, Washington Tais y el legendario
Ruben Paz, entre otros. “Me preparo para el después, pero este sábado no me
veo como entrenador. Después, no sé”.

A la hora de elegir un amigo que le dio el fútbol recuerda al Chino Recoba.
“Porque jugamos siempre en contra desde la Séptima a la Primera
(en Danubio y Peñarol) y cuando llegué a Inter de Milán, sin conocerme,
me recibió de una manera fenomenal y eso forjó una relación a nivel personal
y familiar. Ojo que amistad significa muchísimas cosas, envuelve a toda una
familia”.

Ante la pregunta de si fue un error irse a Inter, equipo en el que casi ni jugó, dijo:
“No. En realidad, no tuve posibilidades de demostrar mis condiciones porque
Inter continuamente trae jugadores nuevos. Viví momentos muy difíciles y duros
como profesional. No siempre en el profesionalismo te va bien. Allí no me sentía
bien, era todo nuevo, el lugar y el idioma desconocidos. Por suerte, después fui
a Albacete que es entrañable, un pueblo muy lindo, con gente muy cálida”.

Francisco “Paco” Casal fue quien lo llevó a Inter. ¿Cuál es su opinión de Casal?
“Paco es un antes y un después en el fútbol uruguayo y en mi vida también.
Hizo cosas impresionantes como hacer conocer a los futbolistas uruguayos
en el mundo. Hace muchos años que no hablo con él”, contestó.

Tiene tres amigos incondicionales desde su niñez, cuando jugaba en Unión
Vecinal y, por supuesto, todos son manyas: Adrián, Memo y Aldo.
“Son amigos de la vida”, reconoce.

También admite que lloró “varias veces por el fútbol, pero me lo guardo
para mí. Me he tomado la vida a pecho, con la responsabilidad que tiene
que ser”.

Le cambia el rictus de la cara cuando se lo consulta sobre la peor patada
que recibió. Se ríe con ganas. “Fue un planchazo en el pecho que me dio
quien después sería un grandísimo compañero y amigo en Peñarol: Fabián
Césaro con Liverpool. Me había marcado todo el pecho y el juez dijo:
‘Siga, siga’”.

Y, ¿qué cosa no volvería a hacer Pacheco? “Nada”, responde sin pestañear.
“No soy de las personas que se arrepienten. Siempre tuve la posibilidad de
decidir yo. No me arrepiento de nada. ¿Si suena soberbio? No, peor sería
que otros te cambiaran la forma de pensar. Ojo que no quiere decir que no
me haya equivocado nunca, ¿eh?”.

Al elegir un técnico que lo haya marcado en su carrera, no quiere quedar
mal con algunos, pero reconoce que “Gregorio (Pérez) fue un padre futbolístico.
Supo cómo llevarme dentro de una cancha”.

El clásico que más recuerda (es el futbolista que más jugó en la historia),
“es el último cuando fuimos campeones uruguayos. Pero son tantos…
Estuve en los históricos 4-3 y 3-2 de atrás, en la final de 1996 me tocó
hacer un gol... Mi récord en clásicos creo que encierra lo que fue
una trayectoria en una profesión”.

Y así es. Se trata del capitán de Peñarol de los últimos años, ícono de la
institución de las 11estrellas. Un capitán de la vida.

Fuente: www.observa.com.uy

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