Montevideo, Uruguay. Faltan 15 minutos para las 22 de una noche gélida y de invierno. Hay amenaza de lluvia. En la zona del parque Batlle comienza a encenderse el Estadio Centenario. Como por arte de magia una, dos, 10, 100, miles de bengalas empiezan a aparecer por todos los rincones. La gente se pone de pie. La emoción invade el ambiente. Es Peñarol. Es Peñarol y su gente.
El equipo aún permanece en el vestuario, pero los hinchas inician el que denominaron el mejor recibimiento del mundo. Y una verdadera locura se apodera del Estadio, que como nunca se empieza a colmar de humo. La gente se mira incrédula. Apela a celulares y cámaras fotográficas para registrar el testimonio de un hecho que de pronto jamás se vuelve a repetir.
Cinco minutos después aparece un puñado de camisetas blancas. No se ven, no se notan. Es Vélez Sarsfield que pretende invadir este infierno amarillo y negro. Los pocos que vinieron desde la vecina orilla intentan cantar pero son tapados por 50 mil personas.
Cómo explicar esto que está sucediendo. Faltan 10 minutos para las 22 y sinceramente esto no tiene explicación. Es imposible mantenerse inconmovible ante tamaña demostración de amor. Aquellos que lo vivieron se lo llevarán para siempre como uno de los más grandes tesoros.
Pero aún resta lo mejor. Lo verdaderamente increíble. La imagen de la televisión del tablero acerca a los jugadores al campo de juego. Se encaminan a vivir un acontecimiento sin precedentes.
Aparece Peñarol y el Centenario brinda la sensación de quedar sumergido en la fragilidad. Se enciende la chispa del fanatismo y con ella una enorme cantidad de fuegos y luces que inundan la noche. La torre no se divisa. La Ámsterdam queda tapada. La Colombes queda lejana.
Es el denominado recibimiento más grande del mundo. Nunca tan chicos aquellos jugadores que vistieron la camiseta ante la inmensidad de una hinchada que los abrumó y los minimizó como pocas veces en la historia.
“Y dale alegría, alegría a mi corazón…”, fue el hit predilecto para ponerle música a un acontecimiento histórico.
Pocos lo deben haber pensado, pero había que estar anoche en la piel de los jugadores de Peñarol. ¿Qué pasaría por sus mentes? ¿Cómo extraerse de un clima de esta magnitud? ¿Cómo meterse en un partido?
Es de suponer que Diego Aguirre debe haber hablado del tema antes de salir. El antecedente del día de la inauguración de la bandera era válido. Aquella noche los jugadores aurinegros ingresaron al campo de juego y quedaron perplejos y sorprendidos de lo que estaban presenciando. A más de uno se le escapó una lágrima. Y les costó meterse en el partido. Anoche la emoción fue desde que salieron de Los Aromos. Una caravana los acompañó. Cuando llegaron tenían claro que algo fuera de lo común se estaba por producir. Pero jamás imaginaron lo que vivieron.
Acá se jugaron finales. Acá se organizaron bienvenidas de equipos que dejaron huella en algún Mundial, como aquella noche de la sub 20 de Malasia. Se festejaron campeonatos. Se organizaron ingresos de la selección con una batería de fuegos artificiales infernal. Se cantó el Himno a capela por todos los presentes. Y se vivió el famoso recorrido de la selección cuando volvió de Sudáfrica. Pero nada como lo de anoche. Fue incomparable.
Aún no está escrito el final de esta historia de la Copa Santander Libertadores, pero más allá de clasificar y acceder a las finales, al margen de ganar el torneo que es el gran sueño, esta edición quedará para siempre marcada por la gente de Peñarol.
Colmó todas las noches el Centenario como nadie en América. Agotó las entradas en cada partido sin importar en lo más mínimo la magnitud del rival. Inauguró la bandera más grande del mundo. Y anoche le brindaron al equipo un recibimiento jamás visto en Uruguay.
Esta fue la Copa Santander Libertadores de la gente de Peñarol. Se podrá recordar a algún dirigente. Se tendrá presente algún gol, jugadores y técnico. Pero lo que nunca se va a olvidar fue lo que realizó anoche la hinchada de Peñarol. Sencillamente, no tiene explicación.
Fuente: www.elobservador.com.uy
No hay palabras que puedan describir lo que sentimos esa noche...
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